Una ciudad de lo más adaptable
Durante el primer encuentro que tuvo mi amigo Hennessey con la hora punta en la línea Yamamoto, pensé que el hombre iba a explotar. Posteriormente me confesó que tan sólo en una ocasión —la noche en que su buque de transporte de tropas fue torpedeado— había vivido una situación semejante. Estuvo frenéticamente inquieto desde Shinjuku a Gomata, moviendo los pies en un bailecillo espasmódico para mantener el equilibrio y sin dejar de recolocar sus angulares codos extranjeros a la caza de pequeños nichos confortables en mitad del alboroto. Al bajarse del tren seguía retorciéndose, pobre diablo.
No así yo. Hace tiempo que aprendí que si uno sencillamente se rinde, no ofrece resistencia, se convierte en una hoja sobre la superficie del arroyo, un viaje en un tren atiborrado hasta su máxima capacidad es bastante cómodo. Cercado y sustentado por una humanidad basculante, uno permanece de pie sin esfuerzo y puede incluso llegar a adormilarse. El secreto es: no forcejear. (Las reglas, sin embargo, son diferentes al subirse o bajarse del tren: si no te impones, nunca llegarás a ninguna parte).
En cualquier caso, resulta claro que un viaje de máxima densidad en la línea Yamamoto es una de las grandes experiencias educativas de Tokio. Los habitantes de esta ciudad aprenden, desde el momento en que son capaces de mantenerse de pie, encajados y oscilando, que la resistencia no tiene sentido, y los frutos de esa lección se trasladan a otras muchas áreas de actividad. Como resultado, se produce una facilidad en las relaciones sociales urbanas mediante la que prácticamente todo el mundo acepta la adaptabilidad como un modus vivendi fundamental en lugar de, como pasa en la ciudad de Nueva York, un signo de debilidad y vulnerabilidad.
La adaptabilidad en Tokio alcanza cotas que las personas no familiarizadas con la experiencia de la línea Yamamoto pueden considerar extremas. Por ejemplo:
Ítem: hace poco, cuando dos bandas rivales decidieron aclarar sus diferencias con un tiroteo ritual, llamaron a la policía para comunicar exactamente dónde y cuando. La policía procedió a acordonar la zona durante el periodo, informando a los viandantes de que no se aconsejaba el acceso por causas de salud pública. Resultado: un tiroteo feliz y solidario en el que no hubo víctimas aleatorias.
Ítem: para resolver el espinoso asunto de un exceso de plantilla en Japan Railways, miles de trabajadores ferroviarios están siendo trasladados a otras ramas gubernamentales, como la Oficina de Turismo de Japón. No se ha pensado mucho en cómo esos trabajadores ferroviarios van a ocupar el tiempo en sus nuevos puestos, ya que se asume que la gente de bien siempre encontrará la manera de ser útil. De hecho, este proceso de traslado se parece a lo que sucede cuando las empresas japonesas contratan a una nueva hornada de licenciados universitarios cada mes de abril. Los nuevos reclutas se pasan seis meses deambulando por las oficinas de la empresa, conociendo a personas y haciendo preguntas, intentando encontrar una tarea que les interese; tarea que el departamento de personal terminará por asignarles formalmente en algún momento.
Ítem: cada 1 de mayo, los trabajadores de todas las industrias de Tokio van a la huelga. Se anudan bandanas samurái en la cabeza, ondean banderas de guerra y cantan feroces consignas. Al cabo de una hora, todo el mundo regresa al trabajo, habiendo dejado bien claras sus posturas. Sería inaceptable perturbar la buena marcha del negocio.
Ítem: las fábricas de cerveza en Tokio adoptaron hace tiempo la practica de aceptar la devolución de los envases y botellas de otras marcas. Las rellenan con su propia cerveza y pegan encima una nueva etiqueta. Sería obviamente una pérdida de tiempo y dinero actuar de otra manera.
Ítem: el otro día saqué la bicicleta para dar una vuelta y cuando me detuve en un semáforo en rojo el coche que tenía detrás tardó una fracción de segundo en frenar y me abolló la rueda trasera. Al cabo de un par de minutos llegó un policía, determinó qué había pasado, me preguntó lo que costaría una nueva rueda trasera, le pidió al conductor del coche que me abonara esa cantidad de dinero y, como mi bicicleta había quedado inservible, que la metiera en su maletero y me llevara a casa. Eso hizo y, cuando llegamos a casa, mi mujer lo invitó a tomar el té. Una semana más tarde, recibimos una invitación para ir a su boda.
Existe una prodigiosa flexibilidad en una sociedad en la que es mucho más importante resolver los problemas que defender el espacio propio de argumentación. Permite, por ejemplo, que un fabricante de calzado en Kumamoto pase a fabricar circuitos impresos sin sufrir una crisis de identidad.
Invita a que prácticamente todo se resuelva "caso por caso", lo cual implica, por supuesto, que apenas hay reglas.
Permite la existencia de esa curiosa cláusula al final de casi todos los contratos japoneses que reza: "En caso de discrepancia, ambas partes acuerdan discutir el asunto y resolver sus diferencias".
Permite que los comunicados oficiales que hablan sobre un encuentro entre el gobierno japonés y otro gobierno indiquen que ha habido "un intercambio de ideas", una frase que casi carece de significado en español pero que en japonés connota que se han establecido las bases para un acuerdo.
Tokio se ha construido bajo el principio de la adaptabilidad. Por eso sus calles vagabundean así.
Tokio, 1988